Director periodístico: Víctor Hugo Anteparra Reátegui
18 abril, 2024

¿Qué hace una monja peruana en la devastada Siria?

 ¿Qué hace una monja peruana en la devastada Siria?

“Durante el noviciado, allá en el Perú, vino a visitarnos una misionera de Medio Oriente. Nos explicó la situación en esta zona. La guerra, el calor… y tantas otras cosas. Yo me dije interiormente: ‘Ni loca voy para allá’. Pero, ya ves, el Señor entendió mal”.

María Sponsa Iusti Ioseph ríe. Esta peruana, oriunda de Juliaca, es una de las dos hermanas latinas de la ciudad siria de Alepo, que aún trata de curarse las heridas un año y medio después de que el gobierno de Bashar al Asad arrebatara a los rebeldes los barrios orientales de la urbe.

“Estoy agradecida a Dios por todo lo que me ha dado durante los años que he estado acá. He aprendido mucho, especialmente aquí en Siria, de cómo vivir la vida religiosa”, relata a El Comercio esta hermana de la congregación del Verbo Encarnado, de 37 años.

En compañía de una brasileña y una egipcia, Iusti –como le gusta que la llamen– administra un internado para universitarias llegadas de las zonas kurdas de Siria, el noreste del país.

“En estos momentos tenemos 13 chicas en la residencia. Proceden, en su mayoría, de Qamishli”, explica la religiosa, curtida tras un año en Túnez y dos años y medio en Egipto. “Desayunamos con ellas y estamos durante el momento de estudiar porque si no, no estudian”, replica risueña Iusti. “Por la tarde nos preparamos para la adoración en la catedral y la santa misa. Más tarde, preparamos la cena, vamos a estudiar con las chicas o hacemos el trabajo de sacristía. Y por la noche rezamos juntas. Cada jueves tenemos un punto doctrinal”.

Aunque los escombros aún se amontonan en barrios enteros del este de Alepo, la hermana reconoce que lo peor ha quedado atrás luego de más de cuatro años de escaramuzas que segaron 30.000 vidas.

“La vida en Alepo es ahora más tranquila que antes. Tenemos más electricidad y el agua viene tres veces por semana. La vida se desarrolla mucho más tranquila e incluso hay muchos más autos transitando por las vías. La gente está menos estresada. Antes tenían el temor de que cayera un misil sobre sus casas. Todavía hay pequeños bombardeos, pero ya no es como antes”, narra.

“Ha habido situaciones difíciles. Momentos en los que hubo muchos bombardeos y muy seguidos. Semanas en las que no hemos podido dormir y eso nos ha estresado un poco. Nos hemos mantenido en calma y unidas, salvando las circunstancias”, evoca la hermana. “En una ocasión, cuando volvía de vacaciones desde Damasco, viví una situación complicada. Cerraron el camino frente a mí. Estallaban bombas y había mucho humo. Yo no me desesperé. Estaba tranquila porque había mucha gente rezando por mí. Eso es lo que nos mantiene aquí como misioneras. Lo que nos sostiene a diario son las oraciones de miles de personas”.

–El éxodo cristiano–
Iusti reside desde el 2015 en la otrora capital comercial de Siria, con un censo actual de 1,7 millones de personas. Una villa que contaba con 150.000 cristianos antes de que estallara la contienda civil. El plomo forzó el éxodo de unos 40.000 fieles, que han hallado refugio fuera del país. “Hay familias que siguen saliendo para buscar un futuro mejor, pero hay otras personas que se quedan aquí y que tienen la esperanza de que todo esto cambie y vuelva la normalidad”, murmura.

Entre las labores de Iusti está proporcionar amparo a la menguante comunidad cristiana local. “Visitamos a las familias dos veces por semana. Vamos a los lugares donde están más concentrados los cristianos. Generalmente acudimos a ver familias que tienen algún integrante enfermo y que tienen a los parientes lejos. Vamos a consolarlas y a rezar con ellas. Les preguntamos si están siguiendo los sacramentos, leemos el Evangelio y rezamos con ellas”, señala.

En sus peregrinajes, Iusti ha sentido la emoción del dolor: “Se respira tristeza, pero resulta increíble la fe que tienen, incluso a veces más fuerte que la nuestra”. Una desolación que también ha experimentado en la catedral de rito latino, donde celebran sus misas. “Antes esta catedral solía estar llena y ahora la ves vacía. A nosotros nos da mucha tristeza que ellos se vayan”.

–El fervor peruano–
Testigo del mundo árabe desde hace seis años, los más convulsos de las últimas décadas en el norte de África y Medio Oriente, Iusti replica a quien le interroga por sus motivos para habitar en esta turbulenta región del planeta desplegando una lección de entrega.

“Nuestra entrada en la vida religiosa es un acto de abandono en las manos de Dios. Al entregar nuestra vida a Dios hacemos que él disponga como le parezca, sabiendo que lo hace para que seamos santos. Yo no elegí venir aquí. Fue Dios quien me mandó”, arguye.

Con una sonrisa siempre prendida en su rostro, Iusti admite, sin embargo, cierta nostalgia por el Perú: “Lo que más extraño de allá es la gente y las manifestaciones religiosas que se realizan por las calles, el fervor que tienen. No digo que acá no lo tengan, pero es muy diferente. Cada pueblo tiene una riqueza particular”.

FUENTE: EL COMERCIO- PERÚ

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